sábado, 30 de noviembre de 2013

Miedos

¿Qué otro sentimiento puede ser más humano que el miedo? Inefable, intenso, maestro del disfraz. Aún la certeza de la finitud no nos libra del miedo a vivir.

Hay miedos implacables que paralizan, que enferman. Hay miedos  tontos que se camuflan en cotidianeidades para facilitar el paso o el escape de la realidad, dura y amenazante. Nos detienen de a poco y dejan un sinsabor extraño que reside en lo más profundo de nuestro ser y cada tanto nos toca la puerta de la conciencia para recordarnos nuestras limitaciones autoimpuestas. Hay miedos existenciales, comunes, comunitarios: Seguir a la manada, no ser consecuente con las ideas, pregonar lo que no hacemos, no devolver nada a los otros, caer livianamente en el eterno teatro del capital y la vida cómoda, buscar estabilidad en la autenticidad, dioses entre los mortales, pureza en lo terrenal. La hipocresía como hábito es el gran miedo de quien quiere abrir su mente. Pensar y hacer, decir y actuar son los grandes desafíos del temor social.  Son duros pero uno debería sentirse dichoso de tenerlos.

Ese miedo implacable que crece y madura dentro nuestro, y que luego rociamos al pasar,al fin y al cabo  es el gran enemigo del amor. 

sábado, 19 de octubre de 2013

El fluir de las ramas

Somos una corriente de tiempo, si es que acaso existe tal cosa. Somos un curso de energía que fluye constante, sin detenerse nunca en ningún lado.  Yo fui, soy y seré en constante cambio.

No es sencillo concebirnos como una transición implacable. ¿Algo queda?, ¿Todo se va?
Estamos constituidos por una marea de historias, causas y azares, si es que lo azaroso puede considerarse como tal. Cada situación, cada segundo, marca y determina el fluir de nuestra vida.

Qué es la vida sino más que ese concatenamiento de instantes que llegan y se van pero no sin antes escribir. Escribirán un punto, una línea o varias, una letra, una palabra, una oración o una historia entera. Esas historias se reflejan en cada hacer y en cada deshacer de nuestro pasar.

Cada día como una célula, cada mes, cada año como la rama de un árbol, dibuja un trazo firme en nuestra historia. Las ramas toman decisiones y se bifurcan para dibujar más caminos parecidos o diferentes, nunca iguales.



Y al final, si es que tal cosa existe, esa copa escrita con ramas, cubierta de hojas verdes, marrones, flores que resguardan nidos con aves e insectos que se reproducen multiplicando la vida y compartiendo el tiempo que se fuga en cada molécula que se transforma; es una historia más, es un relato más plasmado en la naturaleza, tan quieto como fulgurante de energía que ilustra la ilusión humana del paso del tiempo y sus marcas inexorables. 

lunes, 9 de septiembre de 2013

Despertares

Si tenés suerte, un día te despertás y decis: “Uy, estoy viviendo”…

Notas que estás viviendo una vida, que se supone que es tuya pero…  ¿Quién sos vos?
Y ahí viene la introspección y el encuentro con uno mismo, tan grato, tan estimulante. Degustamos todo con otros sentidos y encontramos placeres y angustias, amores y odios. Encontramos un refugio en nuestro ser cuando la vorágine del día se detiene y las luces de la noche dejan de encandilarnos. Podemos empezar a respondernos algunas cosas y preguntarnos miles de otras. El trabajo interno es intenso y nunca cesa. Es importante que así sea para poder salir.

Si nuevamente tenés suerte, levantas la cabeza, mirás a tu alrededor y te sentís lleno, lleno de algo inexplicable que te genera sosiego y alegría pero no te alcanza, querés dar un paso más para que la felicidad sea plena y ahí encontrás el quid de la cuestión. El fin de la introspección y del autoconocimiento está en saber que queremos y necesitamos encontrarnos, conocernos, compartir con esos tantos otros que transitan sus vidas igual que nosotros. La riqueza está en vivir acompañándonos, dando y recibiendo eso que creamos con cariño desde adentro, cada vez que se pueda.


Vivir el adentro y compartir hacia afuera; nunca uno sin el otro. 

miércoles, 28 de agosto de 2013

Mercedes

Siempre la vi sola. Pequeña y flaquita, sola. Jugaba y corría entre los huecos de la sala buscando ojos que la vieran. Casi como un cliché del abandono, pasea su carita sucia por las calles, provocando miradas ciegas.

En mi pequeño mundo, habita ese par de horas que transcurren una mañana mientras atiendo. En su mundo de inalcanzables princesas, la soledad colma las horas de todos los días pero eso no detiene la alegría y la ilusión divina de su niñez.

Me pregunto ¿en que otros mundos habitará, con quiénes se cruzará, qué suerte correrá?

Mirar desde lejos, duele; observar y acercarse es un flechazo al corazón.

Las marcas de la pobreza, los signos de la desidia, los síntomas de la ausencia, todos los estigmas como adornos sobre ese ser inocente librado a un crudo azar.

Sus abrazos y sus palabras de afecto son rayos de luz que calientan las mañanas heladas de invierno en la sala. Nosotros sólo podemos devolver pobremente todo lo que se nos da y hay tantos huecos que el calor se escabulle resaltando las faltas.


¿Qué hacer con tanto y tan poco?

sábado, 22 de junio de 2013

Pensamientos de la toma

Tan pronto como bajé del colectivo el cambio fue abrupto. La estación, la plaza aledaña reverdecía mi vista cansada. Camine cuesta arriba unas cuadras y el calor finalmente llegó. Hacía horas que la temperatura superaba los 30°C pero no hubo tiempo para preocuparse por eso antes. Las casas se hacen familiares y cada detalle de ellas parece brillar más que antes.
Altos muros, puertas indemnes, jardines frondosos, flores multicolores, mascotas con collares bien alimentadas, calles asfaltadas casi limpias, niños vestidos…
El contraste era tan evidente, ¿Cómo no lo había notado antes? ¿O si lo había hecho?
Ciertamente, la memoria es selectiva y la conciencia tan sabia como engañosa. Ese contraste tan sorpresivo y familiar a la vez, lo había visto tantas millones de veces como había abierto los ojos desde que nací. La fastuosa capacidad de adaptación del ser humano hace que todo, a la larga, se acepte así, como se lo ve.
Estos escenarios tan disimiles  de alguna manera, coexisten y se ignoran entre sí. Tan grande es el deseo de ignorarse que empiezan a erigirse las barreras. ¿Cuál es más significativa? ¿La barrera física: el muro de ladrillos, la reja, la puerta blindada o la barrera intangible de la mente que nos mantiene cautivos en la comodidad de nuestra normalidad?



¿Qué se puede decir de un terreno enorme, en el sur del conurbano, lleno de casillas, caminos improvisados, animales sucios y zanjas llenas de basura? ¡Ah, sí! En ese lugar viven miles de familias, más miles de personas.
Ese lugar olvidado, desdeñado, apartado de todo, es la casa, el hogar de mucha gente.
Nosotros, como grupo, llegamos, hacemos y nos vamos. Volvemos a nuestro lugar lejos de aquel caos. Comemos, nos abrigamos y nos dormimos. Parece tan simple y básico, pero desde otra perspectiva, es crucial cuando no se accede a tanta simpleza.

Me fui pensando, volví pensando y no dejé de pensar desde entonces. ¿Podría yo vivir en esas condiciones? ¿Qué hubiera pasado si hubiera nacido allí? ¿Qué mantiene a esas personas, tantas, en tal estado? ¿Qué nos mantiene  a nosotros tan pasivos frente a eso? Las respuestas son pocas y torpes. Esos pensamientos rumiantes que nos dicen que tenemos que hacer algo terminando siendo intrusivos y molestando; tanto molestan y duelen que los callamos y esperamos el próximo brote de conciencia para volver a acallarlo.

Es tan poderosa la forma en que se sostiene el equilibrio de la injusticia que deja de ser una variante para convertirse en la forma en que la vida es y así la aceptamos desde que nacemos hasta que morimos.
No cabe más que asombro hacia la forma en que nos convencemos de la necesidad del status quo y de la imposibilidad del cambio. ¿Quién nos convenció de que debemos vivir descontentos? ¿No habían abolido la esclavitud? Nadie se percató de la esclavitud mental que reina para convencer a la masa crítica de pisar al que está abajo para intentar darle la mano al que la mira desde arriba. El que osa mirar desde arriba, jamás  tenderá la mano a quien pretende alcanzarlo. Eso ya deberíamos haberlo aprendido.

El capitalismo salvaje encuentra débiles presas producidas por el mismo sistema. En forma cíclica nos envuelve con ideas de libre mercado que dibujan una libertad estrictamente delimitada por el poder opresor. Una mera ilusión de libertad.
El mercado produce obscena cantidad de artilugios de distracción. Cosas, cosas y más cosas. Adornos mínimos para una vida hueca. Otra vez, espejitos de colores.
“Ser es tener”; es la clasificación más estúpida pero domina por su fácil aplicación: Quien tiene puede ser, quien no tiene no es ni será nunca. Y si pretende ser, ¡pobre!,  el sistema se encargará de impedirlo. El equilibrio de la injusticia debe permanecer intacto.
En estos términos ser revolucionario es muy simple. Basta tan sólo con romper la rutina y aprender a mirar de nuevo. Basta con saberse tan humano como el otro, tan explotado y a la vez tan luchador como quien se sienta a mi lado en un colectivo. Basta con deshacernos de nuestros mecanismos de defensa, tan primarios ellos,  que nos llevan a identificarnos con nuestro agresor y a reproducir, en otros más débiles, sus vilezas. Basta con pensar y volver a razonar como cuando niños. Basta con preguntarse en voz alta “¿Por qué esto es así?”.


¿No es simple? Si no podemos hacerlo nosotros que nos ufanamos de tener educación, de ser respetuosos, de tener valores… ¿Qué valores tenemos si enjuiciamos sin pensar, si condenamos sin saber nada, si despreciamos con sólo observar desde lejos, si insultamos gratuitamente y con el pecho inflado? Si eso hacemos nosotros, la masa crítica, inteligente, educada, harta de información… ¿Qué podemos pretender de quiénes no tuvieron la suerte de heredar tales gracias?
Desdichados de nosotros que no podemos mirar a los lados y establecer lazos sin aferrarnos a las cosas, por si las dudas. Penosa nuestra vida mirando hacia arriba, esperando migajas para presumirle al de abajo mientras lo pisoteamos. Un desperdicio pasar los días acumulando posesiones creyendo que nos harán felices, respetables o que llenarán nuestros vacíos. Triste es pensar en morir sirviendo al consumo, haciendo nada por los otros, repitiendo los discursos chatos del poder creyendo que así soy un ciudadano “de bien”, sin pena ni gloria cumpliendo con todos los mandatos sociales, todos los cánones preestablecidos por vaya uno a saber quién, como si nos fueran a dar un reconocimiento, una medalla y como si eso sirviera de algo.

Romper con las imposiciones inútiles y adueñarnos de nuestra propia vida es nuestra mayor deuda. ¿Hasta cuándo?

martes, 19 de junio de 2012

Motivaciones

Más o menos en todos lados se oía lo mismo, en todos lados las mismas preguntas...

 ¿Faltan médicos? ¿Sobran médicos? ¿Explotan a los residentes? ¿El jefe de piso viene 2hs y se va? ¿Gana más el que va en la ambulancia y hace una guardia por semana? ... Lo de siempre. Mucha gente preocupada por el mango...

Mucho médico, mucho profesor, mucho ayudante seguían perpetuando la misma frase a lo largo de los años: "Si pensaban ganar plata con esto, ni se gasten porque acá no la van a conseguir". Okey. Me hizo pensar que esa era la motivación de muchos, para muchas cosas. ¿Qué más podía pretender?

Después de 6 años pululando por la facultad y diferentes hospitales, finalmente alguien dijo lo que tenía que decir... 

"Si uds. pretenden ejercer la medicina para llenarse de plata, mejor cambien de carrera ahora. El médico de verdad tiene como vocación ayudar a sus pacientes. Se compromete con la gente y con su trabajo." 

¡Bravo! Menos mal que alguien lo dijo...