¿Qué otro sentimiento puede ser más humano que el miedo?
Inefable, intenso, maestro del disfraz. Aún la certeza de la finitud no nos
libra del miedo a vivir.
Hay miedos implacables que paralizan, que enferman. Hay
miedos tontos que se camuflan en
cotidianeidades para facilitar el paso o el escape de la realidad, dura y
amenazante. Nos detienen de a poco y dejan un sinsabor extraño que reside en lo
más profundo de nuestro ser y cada tanto nos toca la puerta de la conciencia
para recordarnos nuestras limitaciones autoimpuestas. Hay miedos existenciales,
comunes, comunitarios: Seguir a la manada, no ser consecuente con las ideas,
pregonar lo que no hacemos, no devolver nada a los otros, caer livianamente en
el eterno teatro del capital y la vida cómoda, buscar estabilidad en la
autenticidad, dioses entre los mortales, pureza en lo terrenal. La hipocresía
como hábito es el gran miedo de quien quiere abrir su mente. Pensar y hacer,
decir y actuar son los grandes desafíos del temor social. Son duros pero uno debería sentirse dichoso de
tenerlos.
Ese miedo implacable que crece y madura dentro nuestro, y que luego rociamos al pasar,al fin y al cabo es el gran enemigo del amor.
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