Somos una corriente de tiempo, si es que acaso existe tal
cosa. Somos un curso de energía que fluye constante, sin detenerse nunca en
ningún lado. Yo fui, soy y seré en
constante cambio.
No es sencillo concebirnos como una transición implacable.
¿Algo queda?, ¿Todo se va?
Estamos constituidos por una marea de historias, causas y
azares, si es que lo azaroso puede considerarse como tal. Cada situación, cada
segundo, marca y determina el fluir de nuestra vida.
Qué es la vida sino más que ese concatenamiento de instantes
que llegan y se van pero no sin antes escribir. Escribirán un punto, una línea
o varias, una letra, una palabra, una oración o una historia entera. Esas
historias se reflejan en cada hacer y en cada deshacer de nuestro pasar.
Cada día como una célula, cada mes, cada año como la rama de
un árbol, dibuja un trazo firme en nuestra historia. Las ramas toman decisiones
y se bifurcan para dibujar más caminos parecidos o diferentes, nunca iguales.
Y al final, si es que tal cosa existe, esa copa escrita con ramas, cubierta de hojas verdes, marrones, flores que resguardan nidos con aves e insectos que se reproducen multiplicando la vida y compartiendo el tiempo que se fuga en cada molécula que se transforma; es una historia más, es un relato más plasmado en la naturaleza, tan quieto como fulgurante de energía que ilustra la ilusión humana del paso del tiempo y sus marcas inexorables.
No hay comentarios:
Publicar un comentario