Si tenés suerte, un día te despertás y decis: “Uy, estoy
viviendo”…
Notas que estás viviendo una vida, que se supone que es tuya
pero… ¿Quién sos vos?
Y ahí viene la introspección y el encuentro con uno mismo,
tan grato, tan estimulante. Degustamos todo con otros sentidos y encontramos
placeres y angustias, amores y odios. Encontramos un refugio en nuestro ser
cuando la vorágine del día se detiene y las luces de la noche dejan de
encandilarnos. Podemos empezar a respondernos algunas cosas y preguntarnos
miles de otras. El trabajo interno es intenso y nunca cesa. Es importante que
así sea para poder salir.
Si nuevamente tenés suerte, levantas la cabeza, mirás a tu
alrededor y te sentís lleno, lleno de algo inexplicable que te genera sosiego y
alegría pero no te alcanza, querés dar un paso más para que la felicidad sea
plena y ahí encontrás el quid de la cuestión. El fin de la introspección y del
autoconocimiento está en saber que queremos y necesitamos encontrarnos,
conocernos, compartir con esos tantos otros que transitan sus vidas igual que
nosotros. La riqueza está en vivir acompañándonos, dando y recibiendo eso que
creamos con cariño desde adentro, cada vez que se pueda.
Vivir el adentro y compartir hacia afuera; nunca uno sin el
otro.
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