jueves, 18 de agosto de 2011

“Donde unos hallan un edén otros siembran dolor…” (Primera parte...)


“La gente te cuenta adónde fue. Te dice adónde ir pero hasta que vayas ahí nunca podrás saber…”


De un momento a otro simplemente lo resolví. Sin estar 100% segura, sin conocer a nadie y sin pensarlo demasiado, ya lo tenía decidido. Me iba a Formosa.
Sabía que no eran vacaciones, sabía que iba a chocarme con una realidad diferente. Aún así el impacto fue intenso y las sensaciones que me inundaron día a día difícilmente se desvanezcan con el tiempo.

Entre varias cosas importantes me olvidé de llevar hojas así que luego de que se solidarizaran con mis ganas de escribir, busqué un lindo lugar bajo el sol para sentarme a pensar e intentar describir todo lo que pasaba por mi mente en ese momento tan particular, en un lugar tan particular como es Loma Sené y con gente tan particular como son los campesinos del MoCaFor.

El patio de Ambrosia era amplio. Lleno de árboles frutales y animales corriendo libres… Gallinas, patos, cerdos, imponentes gallos marcando su territorio. Sólo los animales hacían notar nuestra intromisión en el lugar mostrándose curiosos ante las carpas que instalamos.

Ambrosia nos recibía todas las mañanas con mate de anís y nos ofrecía almorzar como reyes. Creo que a todos nos costaba entender la facilidad que tuvo para abrirnos las puertas de su hogar y dejarnos conocer a su familia sin una pizca de recelo.

La maquinaria que preparaba los campos de soja frente a la casa irrumpía el silencio que caracterizaba al monte y por las tardes podía oírse una guitarra amiga acompañando los colores del “verano” formoseño en pleno julio.


Muchas veces el tiempo parecía nos transcurrir. Uno podía quedarse observando la naturaleza a salvo del tiempo. Podía sentir como lo único importante era vivir ese presente. Lo pacífico del monte hacia difícil pensar en algo más que el ahí y ahora.

Mauricio y Enzo, los hijos de Ambrosia eran arduos trabajadores. Ayudaban en las tareas de la casa y siempre que era necesario atendían con mucho cariño a Larisa, la más pequeña. Me generaba gran empatía y mucha ternura esa escena que se repetía varias veces al día.
Una llamada de papá Mingo, quien trabajaba en Formosa capital, puso a todos muy contentos. Aún estando a unos cuantos kilómetros nos transmitió su entusiasmos por estar compartiendo esos días con su familia. Él esperaba su paga para poder volver unos días a casa… No fue posible esa semana.


Próximo a la casa se podía observar un campo de algodón genéticamente modificado para resistir la acción del glifosato. Este controvertido herbicida es el actor principal de una cruenta red de negociados que, como siempre, afecta a los que menos tienen. Los daños a animales y personas que se generan a partir de este, están a la vista. A nadie parece importarle demasiado.
Esta era una de las pocas escenas que nos traía de nuevo a la realidad. Era como volver a estar en Buenos Aires leyendo el diario… sólo que un poco más real y más doloroso… 

1 comentario:

Migue dijo...

Te felicito por el camino que vas recorriendo.Argentina no termina en Buenos Aires, ni en la General Paz,es bueno que en éstos, tus años jóvenes puedas ver realidades en vivo y en directo.
Saludos.